martes, 9 de abril de 2013
lumières dans l'obscurité (luces en la oscuridad)
Creo que jugábamos al escondite, sí...Yo, tan pequeñita de aquellas, tan poquita cosa, ya había pensado en el escondite perfecto, nadie me encontraría allí: el viejo baúl de la abuela. Lo miré un instante y vi como la podredumbre ascendía por la madera. Giré la cabeza a la derecha y luego un poco a la izquierda, o quizá al revés. Mis ojos estaban fijos en una de las esquinas, con nada de especial respecto a las otras, sólo ese trozo de terciopelo rojo...Hice lo que cualquier otro niño habría hecho, tiré de él, pero estaba atrapado. Así que levanté la tapa y desaparecí dentro de aquella caja gigantesca y mágica.
Cuando la gente ve un baúl, suele imaginarse descubriendo un tesoro dentro; joyas y oro de un antiguo barco pirata. O recuerdos increíbles que alguien había olvidado allí treinta años antes. Yo recuerdo haber pensado en estas dos posibilidades antes de meterme dentro de esa profunda oscuridad, pero, por supuesto, no encontré nada único y maravilloso. Al principio esto me decepcionó un poco, pero luego me di cuenta de que sólo necesitaba un escondite que fuera mejor que la parte trasera de una columna, y aquel sitio cubría a la perfección mis expectativas.
Estuve en silencio durante al menos diez minutos y aquel pasatiempo me empezaba a parecer aburrido y pesado, por lo que levanté la tapa para volver al exterior. Primero un pie, después el otro...Caí redonda al suelo y miré a mis "pequeños". ¿Por qué habían decidido dormirse esta vez? Estaba enfadada con ellos, cuando vi que...¡habían desaparecido! Fue una sensación, esta vez sí, increíble-mente...extraña.
Mis piernas se convertían poco a poco en largas serpientes de cascabel, a rayas y venenosas.Y lo mismo estaba ocurriendo con mis brazos y mis labios. ¿Qué me estaba pasando? ¿De qué iba todo aquello? ¿Dónde estaban los demás niños? Las culebras me arrastraban hacia el baúl y los gusanos que formaban mi boca eran cada vez más rojos y dibujaban sonrisas sin permiso. Pensé que caería en un agujero dentro de aquel baúl, como Alicia, que después este se hundiría en sí mismo. No sé, en muchos cuentos las personas desaparecen bajo el suelo o se caen dentro de un pozo, así que fue eso lo que imaginé que pasaría...
Pero seamos realistas, los agujeros no se meten en cajas de madera fijas en el suelo. A no ser que la caja esté agujereada, pero yo no estoy hablando de eso, me refiero más bien a las "madrigueras". Lo que si hay son sombras chinas, dudas pintadas de negro. Yo las vi y toqué mientras las culebrillas bailaban en el aire. El tacto era como de terciopelo, quizás el mismo que había estado persiguiendo hacía ya un rato...Entonces algo cayó sobre mis trenzas y el silencio se sentó a mi lado. Miré arriba, estaba lloviendo. Agarré la mano del silencio como si la vida me fuese en ello y le hice mirar al techo. Había venido él y había empezado a llover...No me gusta la lluvia, pero aun menos esa especie de purpurina gelatinosa.
"¡Maldito!, nos estábamos acostumbrando a todo esto y viniste a fastidiarnos, dijeron mis labios sibilantes, nosotros también nos hemos mojado y la purpurina no se puede despegar de la piel".
Aquellas fueron "mis" últimas palabras, porque tras esto los dos gusanos entraron en mi nariz y esta se deshizo con ellos. "Ahora que sólo tengo ojos y pelo...no podré volver a cantar... pensé, "te había compuesto una canción....aunque realmente te odie".
Me levanté y me quise ir, pero olvidé que no podía. Las paredes me querían comer y brillaron mucho para que cerrase los ojos y no viera lo que me hacían. Pero yo me resistía y los abría cada vez que podía, porque no me dan miedo los gigantes devoradores de niños; aunque lleven trajes de bombillas.Todo era muy extraño...oía murmuros todo el tiempo a mi alrededor y me preguntaba de donde salían; pero no podía preguntárselo a nadie...Y de repente todo se apagó. Solamente quedaron diecinueve luceros que se enrollaron en mis brazos y se pegaron como lapas.
Exactamente, de allí venía la voz. La voz que ahora te canta esta canción.
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