viernes, 31 de mayo de 2013
OHA
Aquella noche había bebido. Lo sé porque toda la casa apestaba a alcohol. Ella estaba sentada en un viejo sillón verde que no recordaba haber visto nunca. No me acerqué, no sabía quien era, no me importaba. Era una mujer.
Miré al fuego encendido de la chimenea, me acerqué a él en silencio y noté el vidrio de botellas rotas quemando mi piel. El fuego se alejaba constantemente, no podía llegar a él, y mis pies quemados ya casi echaban humo.
Todo era tan cálido y anaranjado que las paredes marrones se derretían como chocolate. Formaban rostros nunca antes conocidos. Gritos que no podía acallar, que no podía olvidar.
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Ella estaba sentada en el sillón verde y nuevo, que recordaba haber comprado al poco de venirnos a vivir aquí. Aunque era invierno, la chimenea permanecía apagada. Además, aquel sol brillante, enorme, se reflejaba en todas las paredes de la casa. Las habíamos pintado de muchos colores porque ella odiaba el blanco y el marrón, que según el pintor eran las gamas más utilizadas en interiores. Azules, rosas, verdes...A veces se hacía estresante, todo aquello me recordaba una y otra vez que ahora había niños gritando ahí fuera en mi jardín.
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Pensé en cómo hubo un tiempo en que quedábamos en el café, y paseábamos por las calles vacías rodeando el mundo con nuestros brazos; en cómo el universo acababa cada noche en el boulevard... Recordé cómo fue de hermoso el día en que te fuiste.
Nunca he mirado atrás. Sólo camino hacia delante y hace sol, la gente está contenta, hay dos personas en una esquina y un gato en un portal. Eso es todo lo que importa,...y las flores.
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